El último suspiro
Bach – Fugue in C Major, BWV 564
El cuerpo humano está formado por billones de células que constantemente se están renovando. Las células madre son células que tienen la capacidad de formar o reemplazar cualquier tipo de célula. En cualquier caso, la regeneración más lenta es de 10 años. Es decir, cada 10 años tenemos órganos totalmente nuevecitos. Incluso hay tejidos que se renuevan cada 3 días. No obstante, no ocurre con las células del corazón y del cerebro.
Si bien se han descubierto células madre en el cerebro, parece ser que no desempeñan su función o lo hacen muy lentamente. Con el corazón parece ser que sucede lo mismo.
Durante toda nuestra vida, las células van produciendo sus propios residuos o toxinas que permanecen en el interior de la célula. También se les conoce con el nombre de radicales libres. Son partículas con carga eléctrica que están golpeando constantemente el núcleo de la propia célula, incluso penetrando en su interior y alterando la cadena adenómica. La mayoría de las veces, esa alteración se arregla y todo marcha como siempre. Pero a veces no. El ADN queda alterado y la célula muta hacia un estado impredecible. La respuesta del cuerpo ante este evento es fulminante: la célula es destruída.
Con los años, esto empieza a ocurrir con mayor frecuencia de lo esperado. La capacidad para absorber se merma, llega menos oxígeno a las células, la persona se cansa más y se inicia una reacción en cadena que dura toda la vejez. Incluso las células del revestimiento de la pared del estómago también se ven reducidas.
La muerte puede llamar a la puerta en cualquier momento y de cualquier forma. \»Está tan segura de su victoria, que te da toda la vida de ventaja\». Por ejemplo, una persona mayor después de comer tendrá una gran actividad estomacal. Si el bello del estómago no es lo suficiente fuerte, el ácido clorhídrico lo perforará y traspasará sus paredes. La sangre empezará a circular por este orificio a borbotones. El corazón empezará a bombear todavía más fuerte para equilibrar esta pérdida de torrente sanguíneo. Al cabo de un rato, la sangre se empezará a digerir. De allí se sintetizará potasio que circulará por todo el cuerpo hasta llegar al propio corazón. Este componente químico hace disminuir el ritmo cardíaco. El corazón palpitará más lentamente.
El cerebro es un órgano que a pesar de su tamaño, consume una gran cantidad de energía. La mínima falta de sangre puede causar destrozos irreparables. A medida que el corazón empiezar a bombear más lentamente por el potasio, se empezará a privar al cerebro de sangre. En este punto, el cerebro entrará en el modo con el que menos energía se consuma. Se pierde el conocimiento. La persona está en un estado en el que todas las funciones que consumen energía y no son vitales, se desactivan. La vista, el oído, la automoción, el pensamiento. Todo queda en letargo. El cuerpo no responde.
A medida que falta la sangre en el cerebro, las neuronas perecen. Como reacción a esto, las neuronas que todavía sobreviven lanzan un ataque a la desesperada segregando cantidades de endorfinas por todo el cuerpo. Es morfina. Estas cantidades de morfina provocan una dilatación ocular. El ojo cree que ve un gran y redondo túnel blanco. La persona está en muerte cerebral.
Aún así, todavía respira. Sus tejidos todavía siguen produciendo nuevas células. Su piel seguirá produciendo nuevos tejidos hasta dentro de unas horas. El corazón todavía sigue bombeando, cada vez más lentamente. Sus pulmones todavía inspiran oxígeno.
Los latidos del corazón cada vez son más lentos. Hasta que se produce el último. Después, los pulmones dejan de funcionar. Hacen la última inspiración. Es un cuerpo sin vida. Pero aun así, cada una de sus partes seguirá haciendo su trabajo. Cada tejido tiene una distinta hora de morir. Morimos por partes. Morimos a trozos. Cada órgano va dejando de producir su función a un ritmo distinto.
Pero aquello que albergaba el hipotálamo persiste. La personalidad, el carácter, todo esto que estaba en el hipocampo sigue existiendo en forma de fotos, de recuerdos, de pensamientos. Aquello que crearon un puñado de neuronas persiste al paso del tiempo, incluso después de perder el cuerpo.
Morimos. No dejamos de existir.
Chopin – Etude Op.25 No.12
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